El frio me clava cuchillos en la punta de mis dedos por Siguatepeque, la
cámara de mis ojos deja presente el retrato de una solitaria casa de adobe,
junto a ella aguas cristalinas de un riachuelo consuela a
los pájaros, hay sembradíos surcados; frijol, tomate, perejil. Contemplo
la salida del sol, mientras una densa neblina atraviesa mi cara, la sonrisa de una humilde mujer delata una reflexión en mi mente:
“nada tengo y nada llevo, todo queda”.
Una canción se escucha al fondo de un comedor en Comayagua, en inglés, y recuerdo vivencias que nunca existieron en mi vida. Sueño con estar allí, con vivir lo que no viví.
Una canción se escucha al fondo de un comedor en Comayagua, en inglés, y recuerdo vivencias que nunca existieron en mi vida. Sueño con estar allí, con vivir lo que no viví.
Emito un juicio del cual estoy arrepentido; “Que feo es Comayagua
compañera”.
Me equivoqué, al adentrarme en la ciudad miré un reloj antiguo, una iglesia, un parque
limpio, una calle empedrada, paredes de adobe, puertas antiguas, un mercado de
colores, la sonrisa de una mujer, una lluvia acariciando la faz de la tierra,
todo me parece hermoso, la marcha de las nubes es cómplice para que el sol oculte unos instantes sus
rayos. Hoy es un día hermoso, hoy quería regresar al Valle de Sula, pero no,
mejor buscaré un hotel y espero una ventana abierta en mi habitación
para contemplar una noche comayagüense, porque
hoy sueño y vivo por unos instantes en Comayagua, en Honduras, en el mundo.
¡Que se confabule la tarde, y la
noche conmigo para enamorarme más de ti Comayagua!
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